Poesía

Desperté y ya no tenía casa.

SANTIAGO CÓRDOBA WOLF Llueve negro y la gente yace en las calles.«¿Por qué no despiertan?»«¿Por qué no cierran los ojos al dormir?».No hay respuesta, ni siquiera una mirada. Mamá en una mano y papá en la otra.Me agarran fuerte y me apremian.«Más deprisa, más deprisa»,susurran mientras tiran de mis brazos.Tengo sueño en los ojos.«¿A dónde vamos?».No hay respuesta, ni siquiera una mirada. Sabor a sal en la boca,el rugido de un océano enfurecidoretumba en mis oídos.Vamos a la playa, estoy segura.«¿Por qué bajamos a la playa en medio de la noche?».No hay respuesta, ni siquiera una mirada. Cientos de piernas en trajes de adultopisan la arena.Veo pijamas como el míoy caras que conozco del cole.¿Qué hacemos todos aquí?Maletas en vez de castillosy lágrimas donde antes iban las sonrisas.¿Por qué llevan ropa y pijamas?No hay respuesta, ni siquiera una mirada,solo un apretón de manos de papá. La marea de gente llora, grita,se empuja y hasta se golpea.Mamá me envuelve en su regazo,me cobija entre su falda.Abrazo sus rodillas;están cálidas,mis manos, frías.«¿Qué está pasando?»,grito entre la tela.¡Silencio!,grita papá.No lo veo,pero está cerca, lo siento. De pronto nadie habla,no hay ruido.Solo el romper de las olastronando en la arena.A lo lejos, un silbido agudose acerca,cada vez más molesto,como un mosquito en verano.Cada vez más cerca,más y más.Ya está encima.Me duelen los oídos. ¡Todos al suelo! ¡Cubríos!Siento cuerpos caer,cada cuerpo levanta un poco de arena.El silbido lo invade todo,es lo único que existe.Cierro los ojos. Despierto.Sigo sin casay ahora mis padres duermen en la arena,acompañados de muchas otras personas.¿Por qué no cierran los ojos al dormir?No hay respuesta,solo miradas,cientos de ellas.

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No me hallo

SANTIAGO CÓRDOBA WOLF No me hallo «No me hallo,» decía mi madre con frecuencia.No me hallo.Del verbo hallar: encontrar algo perdido,o a uno mismo en los días revueltos del alma.No me hallo. De niño nunca entendí sus palabras,ni el peso que cargaban.Era un niño:inocente, crédulo,preocupado solo por el fútboly mis guerras inventadas.Egoísta, testarudo,como solo los niños pueden ser. «¡Ay, cómo que no me hallo!»brotaba en los días grises,esos claroscuros que dañan los ojosy te obligan a soñar con cobijas pesadas.«Hoy no me hallo,»lo decía como quien estornuda en medio de la charla,interrumpiendo para luego continuarcomo si nada,como si «no hallarse»fuera tan comúncomo el viento despeinándola. «No me hallo,»la escuché tantas vecesque dejó de tener forma,una muletilla más,un ruido de fondoen las mañanas llenas de banalidades. La recuerdo de arriba abajo,del tingo al tango,resolviendo la vida de todosmenos la suya.Madre, esposa, empleada,heredera de mil vidas ajenas,siempre encendida, siempre a cargo.Y cuando por fin todo callaba,quedaba sola frente al espejo,el reflejo devolviéndoleesos ojos de cazadora cansada.Y ahí, en ese instante,en esa soledad,el susurro volvía:«No me hallo.» Un día desperté,y ya no era niño.Abrí los ojos a tres mil kilómetros de casa,y por primera vez entendí:No me hallo.O más bien,me hallé en el desasosiego.Me estorbo, me incomodo,soy un bosque de espejosdonde ninguno devuelve algo que reconozca. “Ma, no me hallo,” le dije un día.“¿Por qué, San?”“Me estorbo, me incomodo,y no me encuentro.” “Es la niebla, la que te ciega,”respondió, sagaz,“como en las novelas de Saramago.Pero no hallarsees abrirse puertas.No hallarse también es hallarse,de otro modo,en otro lugar.” “¿Tú me hallas, ma?”“Claro. Te hallo perfectamente.Siempre te hallaré.” “¿Y tú? ¿Te hallas?”“Algunas noches no.Pero entonces séque tú me hallarás.” “Te hallaré, mamá,como tú me hallas a mí.”

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