Crónica del Primer 16J

Por: Santiago Córdoba Wolf

Marea tricolor en el centro de Madrid. FOTO: Archivo Personal

Con el puño en el cielo y al son del coreografiado grito de “Los Borbones son unos ladrones” y “España, mañana será republicana”, miles de personas se dieron cita este domingo 16 de junio en las calles de Madrid.

La rojigualda fue testigo, desde lo más alto de las cúpulas del estado, de la marea tricolor que inundó las calles de la capital. Hoy, todas las comunidades autónomas del país, y más allá, se unieron en un grito de justicia, reivindicación, memoria histórica, y sobre todo en busca de un futuro íntegro, honesto, equitativo y republicano.

A días del décimo aniversario como monarca del último tirano Borbón, un aproximado de 30 mil almas se congregaron bajo el lema “Felipe VI El Último”, con el fin de dejar claro en las calles que 10 años de escándalos de corrupción, robo y abuso de poder son suficientes. España debe avanzar, pero para hacerlo debe de una vez por todas quitar el freno de mano que representan los Borbones.

Durante años, el oligopolio mediático que rodea el Palacio de la Zarzuela ha blanqueado la imagen de la realeza, haciéndole creer a propios y extraños que la monarquía es necesaria, es un bien cultural, un pilar de la construcción del estado español y, sobre todo, que el pueblo está a su favor. Sin embargo, esto no podría ser más falso e hipócrita.

La monarquía fue el último castigo de Franco a un pueblo secuestrado. Un pueblo que se sabía republicano. Un pueblo que, lejos de ser escuchado, fue capturado, torturado, exiliado y asesinado. La corona en lo más alto del asta bandera representa a una sociedad que nunca obtuvo la oportunidad de avanzar, una masa anónima que nunca obtuvo su duelo y reivindicación. Una nación que vive en la eterna melancolía de algo que nunca llegó.

Porque la monarquía no es solo un sistema medieval, hereditario y sin sentido. Es un intruso. Un intruso machista, heteropatriarcal, racista, colonial, corrupto, inútil y costoso, muy costoso para todas nosotras, y a cambio de ¿qué? Sudor, lágrimas, sangre, muerte, tiempo y memoria, mucha memoria.

Es por eso que, bajo un sol cancerígeno, seco y absorbido enteramente por la ciudad del asfalto, cientos de luchas y colectivos se unieron bajo la misma seda púrpura republicana. Porque no solo se trata de abolir la corona, se trata de una lucha de clases, se trata de enfrentar las desigualdades económicas y sociales que perpetúan un sistema injusto. La lucha es por los derechos laborales, por la vivienda digna, por una educación y sanidad públicas de calidad.

Es una lucha por la justicia social, por la igualdad de género y por la protección del medio ambiente. Cada paso en las calles, cada consigna coreada, es un grito por un cambio estructural, por una sociedad donde el poder no esté concentrado en manos de unos pocos, sino repartido equitativamente entre todas las personas.

Esta es la esencia de la revolución que se gesta, un movimiento que no solo mira hacia la abolición de la monarquía, sino hacia la construcción de un nuevo paradigma de justicia y equidad.

Y mientras las izquierdas no pongan a un lado sus complejos morales y logren formar un bloque colectivo que se le ponga de frente y sin miedo a las constantes injusticias, seguirá siendo nuestra responsabilidad salir a las calles con el puño en lo más alto. Porque el estado y el capital nunca serán antagonistas, pero sí lo son del pueblo trabajador. Este domingo se dio el primer paso hacia ese cambio.

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